Capítulo 14, Juan Alonso de Huidobro y Catalina Alonso de Huidobro

Juan Alonso de Huidobro y Pereda descendía por el camino de la lana hacia Quecedo junto a Pedro Rodriguez de Huidobro, su ayudante. Ambos cabalgaban unos caballos de raza Pre, propios de las Merindades. Era tarde. No sólo las últimas jornadas de camino, desde Burgos, los tenían agotados, sino la cantidad de trabajo en la que habían estado absortos. Hace unos meses había llegado la noticia de la muerte de Andrés de Varona, hijo de la difunta María Incinillas Huidobro, Señora de la Casa fuerte de Huidobro,  y del difunto Gabriel Varona Saravia, de la casa de Varona de Arroyo. Andrés había sido bautisado el 4 de Enero de 1601 en Quecedo, y fue un hombre memorable. Se había graduado de Bachiller en Leyes en Salamanca el 9 de Octubre de 1595, y luego como licenciado en Leyes en Oñate en 1604. El Rey Felipe III le agradeció por medio del Conde de Salazar sus prudentes consejos en relación al problema de los moriscos. Fue nombrado Teniente del Rey en Madrid, luego Fiscal de la Audiencia de Lima donde viajó en 1628. Allí se desempañó también como oidor y consultor del Santo Oficio. Se había casado con María de Saravia, Señora de la Casona de Valehermosa, con la cual tuvo 10 hijos, uno de ellos, el famoso genealogista Luis de Varona. Ya hace varias generaciones que distintas personas de Valdivielso emigraban a América ha hacerse de fortunas. La mayoría volvía a España, otros pocos se quedaban en América. El caso de Don Andrés de Varona era distinto. Él no necesitaba ir al otro lado del Atlántico en busca de fortuna, ya tenía un buen vivir asegurado. Fue al Perú a servir a la Corona. En Lima hizo familia, vio a un hijo morir en condiciones "escándalosas", a otros regresar a España, y finalmente había muerto el 28 de Enero de 1639. Juan Alonso de Huidobro estaba en su casa de Burgos cuando llegó la noticia a mediados de Abril. El vivía en la principal de las varias casas que tenía en la ciudad. De inmediato se vistió de manera apropiada, y junto a su segunda esposa, Doña Francisca Fernández Matta, se dirigió a la casa de los Varona. Juan Alonso de Huidobro, era uno de los tantos que llevaba la administración de los bienes y los negocios de Andrés de Varona en la Península. No se trataba sólo de dar las condolencias, sino de comenzar a rendir cuentas. 

La casa de los Varona en Burgos estaba llena de gente ilustre y de sangre limpia, entre hijos de algo y caballeros, haciéndose ver en tales difíciles momentos. Juan Alonso de Huidobro, hijo de García Alonso de Huidobro y Ana de Pereda era también muy conciente de la nobleza de su nacimiento. Era un hijo de algo, de ilustre familia y antepasados, y dueño de una fortuna nada despreciable. Saludo a los presentes, de uno en uno, hasta llegar hasta uno de los hijos de Andrés de Varona. "Siento mucho la pérdida de su Padre", le dijo. El caballero le correspondió con una sonrisa que delataba una gran pena. Los días que siguieron a las celebraciones religiosas, Don Juan Alonso de Huidobro fue rindiendo cuentas de todos los negocios que le había llevado a Don Andrés. No erán muchos, la mayoría relacionados con deudores y acrededores nativos de Valdivielso. Trabaja en casa, sacando cuentas, poniendo en orden documentos...y de cuando en cuando, se distraía dejando entrar en el despacho a su pequeño hijo Sebastían. Le apuraba el asunto de las cuentas de Don Andrés de Varona porque debía ir a Valdivielso a resolver algunos negocios en relación a la lana. Ya se había puesto de acuerdo con los portadores que la llevarían después de esquiladas en Mayo al puerto de Bilbao para enviarla luego a Flandes. Este era su negocio más importante y tenía que estar en terreno supervisándolo. Sin embargo, los compromisos le impedían partir. Tenía que terminar antes con los asuntos del difunto Don Andrés de Varona. Doña Francisca de Matta golpeó levemente la puerta. "Adelante", invitó Juan. Ella asomó su cabeza y dejando entrar medio cuerpo le suplicó, "Mi Señor, ya es tarde. Continué mañana. Si le place, le estaré esperando en la habitación". Juan sonrió. Ella no se movía de la puerta, como esperando una señal. Juan Alonso de Huidobro recordó lo que sus padres le habían enseñado, no hay nada más importante para un caballero que la elección de su esposa. Tiene que ser noble y limpia como él para asegurar una descendencia adecuada. Se levantó lentamente y se acercó hacia ella. Le bezó la frente. "Gracias mujer, sí, vamos a descanzar". Juntos, y tomados de la mano, subieron a la habitación. 

Al cabo de tres días de arduo trabajo, Juan Alonso de Huidobro y Pedro Rodriguez de Huidobro dejaban Burgos para encaminarse al Valle de Valdivielso. A pesar de que el primero tenía casas en Quecedo, Arroyo y Población, había decidido quedarse en la Torre de este último pueblo que había adquirido y arreglado hace poco tiempo. Población estaba cerca de Quecedo, lo que le daría una oportunidad a Don Juan para visitar a su hermana Catalina. Juan ya pensaba en la alegría que le iba a proporcionar la visita a su hermana Catalina Alonso de Huidobro, la mujer de Juan de Huidobro Fernandez que vivía en la casa del Cantón. 

Juan Alonso de Huidobro y Pedro Rodriguez de Huidobro llegaron finalmente al pueblo de Población de Valdivielso y se dirigieron a la torre. La entrada de la Torre es ojival y databa del siglo XIV o XV en cuya punta se encuentra un escudo Huidobro al modo de la casa del Cantón. Como ya era tarde ordenó algo para comer a alguno de sus empleadas y abrió una botella de vino. Se ubicaron en el primer piso, que era el salón, todo enyesado de blanco y con bancas de piedras. En la Iglesia de Población, que se conectaba a través de un tunel con la Torre, tenía lugar para ser enterrado en una suntuosa capilla, lo mismo que en el monasterio de los Franciscanos en Burgos. Ya de noche, se fue a acostar sin antes advertirle a Pedro Rodriguez de Huidobro, "Descansad bien, mañana subiremos temprano para hablar con los pastores reunidos en Nuestra Señora de la Hoz". No había necesidad de decirlo, Pedro Rodriguez con los ojos medio cerrados se encontraba a punto de caer dormido.  

El día siguiente, y tal como lo había planeado Don Juan Alonso de Huidobro, fue intenso. Partió junnto a Pedro Rodriguez de Huidobro al Almiñe, y desde allí subió al santuario de Nuestra Señora de la Hoz, donde los pastores solían reunir el rebaño para esquilarlo. Los rumores sobre la llegada del Señor ya se habían expandido desde que se le viera acercándose al valle. El ganado era numeroso, se veía bien alimentado, y la lana abundante. Este sería un año de buenos beneficios. La sola presencia de Don Juan avivó el animo de los pastores, que uno a uno se fueron acercando para presentarle los respetos y uno que otro presente. Habiendo agradecido a todos con gran gentileza, Don Juan, Pedro Rodriguez, y algunos de los pastores se reunieron para discutir de negocios. Todo tenía que articularse como reloj. El ganado debía terminar de reunirse la siguiente semana para comenzar la esquila. Juan Huidobro Fernandez de Quintano, el cuñado de Don Juan Alonso de Huidobro, coordinaría este proceso. Se calculaba que a mediados de Mayo llegarían los cargadores desde Balmaceda. El mismo Pedro Rodríguez de Huidobro sería el responsable de coordinar el viaje y llevar la lana hasta Bilbao. Ya allí, estaría el mismo Don Juan Alonso de Huidobro para asegurar la presencia del barco, coordinar y asegurar la carga y enviar a uno de sus hombres a Flandes. Cada uno de estos movimientos implicaba calcular bien las pagas, los seguros, los caminos a tomar, las armas para protegerse de vandalismo, etc. Estuvieron trabajando hasta más o menos las cinco de la tarde, cuando Don Juan Alonso de Huidobro decidió por terminada la reunión y continuarla mañana.  Don Juan Alonso era un hombre rico que tenía muchas tierras y negocios que atender en Quintanaortuño, en Celadilla de Sotobrín y Villanueva. En fin, ya era hora de regresar a Población...y de paso, a Quecedo.

La entrada de Quecedo, como siempre, lucía maravillosa. En la entrada, la Iglesia de Sta Eulalia junto a los restos del Castillo de Quecedo, subiendo un poco, la casa fuerte de los Huidobro-Varona que se encontraba cerrada, y todavía más arriba la casa solariega de los Huidobro, conocida como la del Cantón con su pequeña torre. Descabalgó y se acercó a la puerta de forma semicircular para golpear repetidas veces. Como si se tratase de un pequeño roedor, se escuchó unos pasitos cortos que se acercarón desde dentro. La puerta se abrió y apareció la frágil figura de Juanita Alonso de Huidobro, la mayor de los hijos de Juan Huidobro Fernandez  de Quintano y Catalina Alonso de Huidobro que ya rondaba los once años. La niña había adoptado el apellido de su madre, todos sus hermanos tomarían el del padre. "Como estás cariño mio?" preguntó  con una gran sonrisa Don Juan Alonso de Huidobro. "Bienvenido, tío, ya desde ayer que lo esperabamos", respondío la niña extendiendo sus brazos para bezarle. El hombre entró con su cabalgadura la que dejó junto a los otros animales en el primer piso, para después subir por las escaleras a la cocina. Ya desde la entrada distinguió la figura de su tan querida hermana Catalina Alonso de Huidobro. A su regazo el pequeño Joseph de Huidobro de siete años, y más atrás sus hermanos García, Gregorio y Juan. Don Juan Alonso de Huidobro rio a carcajadas. "¡Dios mio,  hermana querida, cuántos niños! ¡Está toda la camada reunida!". Este era un comentario muy tierno de un hombre que no tuvo descendencia de su primer matrimonio, y que del segundo ya habían muerto algunos de sus hijos, y lo haría en el futuro la mayoría de ellos: Francisca, Juan, Buenaventura, Ana, Antonia, Miguel y Francisco. Sólo le sobrevivirían Clara, Juan, Manuel y Pedro (este último sería el heredero del Mayorazgo). Se abrazaron, Catalina llamó a alta voz a su marido que se encontraba en una de las habitaciones. Este no tardó en aparecer. "Mi querido Juan", le saludó Juan Alonso de Huidobro apenas le vio. Juan Huidobro Fernandez de Quintano, hijo de algo de nacimiento, era un buen hombre y trabajador compulsivo. A exepción de sus antepasados, Juan Huidobro el Alferez, su padre; Lucas Huidobro, su abuelo; o Juan Huidobro, su biseabuelo, no había partido a ningún ejército. Su vida la dedico a su familia, y a las tierras que poseía y trabajaba en el valle. Catalina ordenó la mesa, puso algo de pan, aceite, chorizo, jamones, y una botella de vino. Don Juan Alonso de Huidobro la contemplaba con cariño. A pesar de ser sólo dos años mayor que ella, se tuvo que hacer cargo de la familia muy pronto ya que sus padres, García Alonso de Huidobro y Ana de Pereda murieron jóvenes. De hecho fue Don Juan Alonso de Huidobro quien la dio en matrimonio a Juan de Huidobro Fernández de Quintano con una dote nada despreciable de 650 ducados, además de bienes muebles e inmuebles que había heredado. La primera pregunta, la ineludible, la planteo en tono de broma Juan de Huidobro Fernández de Quintano, "Y cómo van sus árboles querido cuñado". "¿Se referirá a los genealógicos?" le espetó Don Juan Alonso de Huidobro. Todos rieron. Y como no, sólo preguntar sobre aquello y Don Juan se explayó en las investigaciones que estaba realizando sobre la historia de su familia. "Algún día, aquello, será considerado como un tesoro entre nuestros descendientes" concluía de manera profética. Todos reían a buena gana. En realidad se conversó de todo, de la decadencia española con Felipe IV, de la emigración americana, de la crisis en Flandes...y por supuesto de vecinos y conturreos de pueblo chico. De lo grande y de lo pequeño. De todo lo que cabe en el ser humano. Cuando ya habían terminado de cenar y beber, se había hecho muy tarde, Doña Catalina Alonso de Huidobro le acomodó una cama a su hermano y éste se quedó a dormir allí. 

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