Capítulo 12 Juan Huidobro Fernández de Quintano

El niño Juan Huidobro Fernández Quintanomiraba todo con una pena que le golpeaba el corazón sin descanzo. Cuando se tiene 7 años todavía no hay palabras que describan la pena, la racionalicen y la calmen. Sólo es pena, sin ningún calificativo. Estaba lejos de casa, en un pueblo llamado Tubilleja, en una enorme casona, en un salón lleno de gente que no conocía y que le ignoraba, y en el centro, una joven mujer, que nunca sería su madre, recibía con inusual alegría a su padre, Juan Huidobro el Alferez como su marido. Cuando miraba a su padre le odiaba con todo su corazón. Era un hombre fuerte, un hijodalgo del ejército, que apenas si había pasado temporadas en casa. Cuántas veces había visto a su madre, Catalina Fernández Quintano y Fernández de Bustamante, llorar por él. Sentía un deseo irrefrenable por defenderla. Le daba rabía que por su culpa su madre hubiese sufrido tanto, y que finalmente hubiese muerto. Cada vez que su Padre partía, su madre se quedaba preñada. Y cada hermano no era sino más penalidades, más necesidades, más trabajo. El mismo Juan Huidobro Fernandez de Quintano era el tercero de sus seis hermanos. La muerte de su madre, en 1610, fue tan inesperada como cruel. Simplemente no sobrevivió al parto de la pequeña Catalina Huidobro. Esta niña, sin embargo, sobrevivió y se casaría con el pasar de los años con Francisco Fernández un 4 de Enero de 1647. Sin embargo, hasta entonces faltaban muchos años. Los niños quedaron sólos en casa. Los parientes se los repartieron hasta que llegase el padre. Juan Huidobro el Alferez volvió a toda prisa, pero más que verlo sufrir, los niños lo vieron organizando el futuro como si se tratase de una campaña militar. El entierro de Catalina Fernández Quintano, organizado a toda carrera, costó 250 reales, una suma considerable. "Para calmar la conciencia" comentaban algunos. "En verdad este hombre la quería", decían otros. Pero de verdad a este hombre de armas de treinta y ocho años lo único que le preocupaba era encontrar mujer que cuidase a sus hijos pequeños.

Tubillejas es un pueblo a orillas del Ebro, en el valle de Zamanzas, empobreciéndose cada vez más, como la mayoría de los pueblos españoles de la época. La novia, mucho más joven, se llamaba Felipa Diaz de Tudanca y Real Varona. Era familia de hijosdalgo y escribanos, ambas cualidades de carácter hereditario. La tal Felipa había visto a su esposo sólo en un par de ocaciones anteriores. Sabía que era un militar que este último tiempo había estado mucho en el sur de la península ocupado con las rebeliones de los moriscos tras su expulsión. Que era un hombre fuerte, de carácter, pero muy noble. Ella deseaba con todo el corazón llegar a quererlo, llegar a ser una madre para los seis huerfanos, y poder darle hijos propios. El Alferez se le acercó y tomándole la mano le susurro, "no se preocupe mi niña, verá que todo con la ayuda de Dios saldrá bien". Ella le miró a los ojos, y lo que vio no la dejo de estremecerse. Había frialdad en su mirada, indiferencia, como si todo esto no se tratase sino de un mero contrato comercial.

Durante y después de la ceremonia, el Alferez no tuvo ningún signo de preocupación por sus hijos. El pequeño Juan Huidobro Fernández de Quintano le miraba con una rabia inconmovible. De pronto, y para evitarlo, se volteó y se encontró de golpe con Doña Felipa Díaz de Tudanca. Esta se agachó a su altura y le acarició el mentón. "Mi querido Juanito, no nos conocemos, pero ya siento que te estoy queriendo mucho". El niño quedó de una pieza, no sabía cómo reaccionar, sólo dio una solemene y graciosa reverencia para desaparecer. Su corazón, sin embargo, saltaba de felicidad. Esos ojos de Felipa no mentían. Ella ya lo estaba queriendo. Y es que no hay nada más vulnerable que el corazón de un niño sólo y que desea ser amado por una madre. Sólo bastaron esas sencillas palabras de Doña Felipa y el pequeño Juan se rindió como caballero enamorado a sus pies. Juan sentía que ya estaba queriendo a Doña Felipa. Esta se incorporó mientras veía a la pequeña figura desaparecer. Sí, ella sabía que los querría como una madre.

Los primeros días después de las celebraciones el Alferez se la pasó casí todo el tiempo atendiendo a su mujer en un cuarto de la enorme casona familiar. Los niños por su parte se acomodaban en su nuevo habitat puesto que sabían que a Quecedo no volverían a lo menos en un año más, después que naciera un nuevo hermanito. Luego de cinco días, se vio a Juan Huidobro el Alferez preparando su caballo y sus armas en el patio de atráz. Era hora de volver a un ejército. Todos estaban allí para despedirse. Los niños, uno a uno, pasaron para recibir la bendición del padre. Cuando éste estuvo frente al pequeño Juan le acarició los cabellos, y le hizo la señal de la cruz. "Ahora tienes una nueva madre. Quierela y obedecela", le dijo. El niño miro de reojo a Felipa quien le sonreía afable. Sí, ya tenía una nueva madre. Y ya estaba empezando a quererla. Fue Felipa la última en acercarse para despedirse. "Señor, cuidese mucho". El Alferez le sonrió. "Que no la vayan a ver mucho en la calle, cuide el apellido de nuestras familias. Ya pronto me tendra a su lado". Y de manera atrevida la bezo delante de todos. Doña Felipa no lo sabía, pero ahí se quedaba en su casona de Tubillejas preñada...esperando el primero de los cinco hijos que le daría al Alferez.

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