OBISPOS Y OBISPILLOS «IN VALLE DICTO DE BESSO» (Irene Garmilla)

Siempre me ha llamado la atención el mote “obispo”, tan difundido en nuestro Valle, y me gustaría conocer su origen. ¿Tal vez la pertenencia a alguna de las familias valdivielsanas que dieron obispos a la Santa Madre Iglesia? No lo sé. Pero en el recuerdo de mi abuela Juana charlando con la señora Vicenta, o la señora Felisa, o con doña Anastasia, o con cualesquiera de sus muchas amigas, me viene a la memoria que, cuando aquellas señoras pasaban revista a la actualidad, o a la historia más o menos reciente del Valle, raro era que no aparecieran “el obispo” o “la obispa vieja” o “la obispilla”, etc., y los había de varios pueblos. La crónica en cuestión podía empezar con «Pues se dejó decir que la hija de la obispa…». La expresión “se dejó decir que” auguraba un cotilleo sustancioso, pero, cuando era “Pues dicen que se dejó decir que…”, a mí me mandaban ipso facto a jugar a las eras. Y desde luego me chocaba, en mi tierna infancia, que hubiera obispas y que los obispos tuvieran hijos, pues todo eso no aparecía para nada en el catecismo que tuve que aprenderme de memoria a los 7 años para hacer la Primera Comunión. Por estas, y muchas cosas más, el Valdivielso de mi niñez fue un mundo muy especial donde podía pasar de todo.
Y ahora, en mi ya avanzada edad, suelo recordar estas expresiones y estos motes de antaño cuando veo algún blasón de obispo, o al leer, por ejemplo, que el monje benedictino Hauberto hablaba en su Crónica sobre una residencia episcopal «… in Valle dicto de Besso prope Iberum fluvium…», diciendo que el obispo Fernando Sánchez en el año 874 habría trasladado su sede desde Oña hasta aquel Valle llamado de Besso junto al río Ebro. Esto es lo que fray Gregorio de Argáiz afirma haber leído en el Cronicón de dicho monje. También dice haber encontrado otros datos al respecto en un pleito posterior entre el abad de Oña y el obispo de Burgos, cuyos pliegos leyó en el archivo del monasterio de Oña. Hauberto situaría la residencia episcopal en el monasterio de San Pedro de Tejada, mientras que dos testigos personados en el pleito mencionarían como sede episcopal de antiguos obispos tanto el monasterio de Tejada, como la «Ecclesia S. Ioanis de Ponte», es decir, la iglesia de San Juan de Puentearenas. Supongo que San Juan sería la advocación de la primitiva iglesia románica de este lugar, que más tarde se llamó iglesia de Santa María.
Claro que ese pleito se entabló hacia 1340, año arriba o abajo, y Argáiz publica su obra en 1668, con lo que ya estamos a siglos de distancia de los hechos narrados, y volvemos al “se dejó decir que…” de nuestras abuelas valdivielsanas, porque no sé si podrán encontrarse documentos originales que convenzan a los historiadores del siglo XXI. Lo que le interesaba a fray Gregorio de Argáiz era demostrar que Oña ya habría sido sede episcopal, y su iglesia una catedral levantada por el rey godo Recesvinto, mucho antes de la fundación del monasterio en el año 1011 por el conde de Castilla don Sancho García. El inquieto fraile historiador buscó documentos que apoyaran su tesis y, de paso, nos puso un obispo, o más, en Valdivielso.
Y yo, como no soy historiadora, acepto que fray Gregorio y el monje Hauberto no tenían por qué mentir. Incluso me permito ir más allá y pensar que, dado que el celibato no debía de ser demasiado estricto en la Edad Media, tal vez aquellos obispos de San Pedro de Tejada y/o de San Juan de La Puente, felices de holgar en un exuberante vergel, nos dejaron de regalo algunos obispillos y obispillas, para iniciar unas dinastías que ostentarían por primera vez el famoso mote valdivielsano. El demonio y la lujuria están en los canecillos de Tejada… aunque me gustan más los angelitos pintados en el pórtico románico de La Puente… ¿tal vez Cupidos?... Dicen que se dejó decir que… ¡ahí lo dejo!

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